viernes, 10 de marzo de 2017

LA ÚLTIMA CENA. Charla

EJERCICIOS ESPIRITUALES 19
         Para la meditación de hoy, nos situamos en el Cenáculo. La tradición lo sitúa en una casa cerca del palacio del sumo sacerdote. La sala donde se celebró la Ultima Cena estaba en el piso superior. Ahí encontramos unas mesas en forma de U preparadas para la fiesta. En medio, el cordero, el pan ácimo, las  salsas y las verduras amargas, tal como lo celebraban los judíos en Egipto.
         Allí nos encontramos a Jesús con sus discípulos. Se comienza la celebración rezando la fórmula de la bendición con la que se consagra la fiesta, y se bebe la primera copa. Se sirve una segunda copa y el que preside explica el sentido de la fiesta. Se canta la primera parte del Hallel, que corresponde a los Salmos 113 y 114, que son salmos de alabanza. El que preside parte el pan y lo distribuye, y seguidamente el cordero con las hierbas amargas. Luego se sirve la tercera copa y se canta la segunda parte del Hallel, con la que se da las gracias por la celebración. Pero aquí es donde Jesucristo introdujo un cambio fundamental.
         Con los ojos del alma, vamos a contemplar a las personas de la Cena. Oiremos lo que hablan. Miraremos lo que hacen. Contemplaremos lo que Cristo quiere padecer. La Divinidad de Cristo se esconde en su Humanidad, al contrario de lo que ocurrió en la Transfiguración, que su Divinidad salió de su Humanidad. Cristo se encuentra en trance de sufrimiento y de dolor. Considerar cómo todo lo que va a suceder, lo padece por mis pecados. Todos mis sentidos tienen que entrar en juego en la oración.
         Pedir dolor, sentimiento y confusión porque, por mis pecados, Cristo va a ir a la Pasión. Jesús lo vive por mí.
         En este marco contemplamos el Lavatorio de los pies, que nos narra Juan en el capítulo 13. Por medio de este episodio, Jesús comienza su paso de este mundo al Padre. Revela así el verdadero amor y su culminación en el servicio. Por eso dice el evangelista: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. “No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.
         El lavatorio era un oficio exclusivo de siervos y esclavos. Pero Jesús rompe este protocolo. Él mismo se hace esclavo. Lava los pies de sus apóstoles uno por uno. “Se levantó de la mesa, se quitó el manto y se ciñó una toalla”. Contemplar la humildad y cercanía de Jesús.
         Descálzate y deja que el Señor se acerque y te lave a ti los pies y verás lo que ocurre. Entenderás muchas cosas de lo que Jesús ha hecho y quiere hacer por ti. Que esta imagen se quede impresa en tu alma, en tu memoria afectiva, en la memoria del corazón.
         Cuando llegó a Simón Pedro, él le dijo: ¿Tú lavarme a mí los pies? Pedro tiene un carácter impetuoso e impulsivo, pero aún así, Dios es capaz de santificarle. Pedro todavía no ha comprendido lo que es amar con un amor de servicio, desde abajo. Hay cosas que no se entienden con razonamientos, sino con experiencias y él va a aprender de Jesús con el testimonio de su propia vida. Por eso Jesús le dice: Lo que Yo hago no lo comprendes ahora, lo entenderás más tarde.
         Jesús les sigue instruyendo: “¿Entendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque de verdad lo soy. Si Yo, pues, os he lavado los pies, siendo vuestro Señor y Maestro, también habéis de lavaros vosotros los pies unos a otros. Porque Yo os he dado el ejemplo, para que vosotros hagáis también como Yo he hecho”.
         Jesús nos enseña el abajamiento extremo. La imagen de la Iglesia jerárquica, es una pirámide invertida, cuyo vértice está abajo. En ese vértice está Jesucristo, debajo de todo, sujetando a su Iglesia. Después está el Papa, que es el Siervo de los Siervos de Dios. Encima los Obispos. Más arriba los presbíteros, diáconos y por último todo el pueblo de Dios. Es decir, cuanto más “importantes”, más abajo están, más actitud de servicio deben tener, más amor.
         La conversión al amor de Cristo nos tiene que decir que nosotros, en vez de subir, tenemos que bajar. Esta es nuestra verdadera vocación: buscar los últimos lugares, buscar servir, buscar amar en el servir.
El subir construye el mundo. El bajar construye el Reino de Dios.
         “En verdad os digo: no es el siervo mayor que su señor, ni el enviado mayor que quien le envía. Dichosos vosotros si practicáis estas cosas”. Gustar estas palabras de Cristo.
Seguir leyendo los capítulos del 14 al 17 de San Juan, contemplativamente.
         “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en Mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así os lo diría, porque voy a prepararos un lugar. Cuando Yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré y os tomaré conmigo, para que donde Yo estoy, estéis también vosotros… Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por Mí… Lo que pidiereis en mi nombre, eso haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo; si me pidiereis alguna cosa en mi nombre, Yo la haré… No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros… Vosotros me veréis, porque Yo vivo y vosotros viviréis… Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en Mí y Yo en él, ése da mucho fruto, porque sin Mí no podéis hacer nada… Como el Padre me amó, Yo también os he amado; permaneced en mi amor… Éste es mi precepto: que os améis unos a otros como Yo os he amado. Nadie tiene amor mayor que éste de dar uno la vida por sus amigos… No me habéis elegido vosotros a Mí, sino Yo a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto…”
         Estas son algunas de las frases que Jesús nos dejó como testamento, un testamento de amor. En nuestra meditación, leerlas y releerlas, gustarlas interiormente, saborearlas con el corazón. Que llegue hasta mí todo el amor que Cristo quiere darme. Que me sienta amada, preferida, elegida, reservada para Él, de su propiedad.

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