viernes, 21 de abril de 2017

EL TRIUNFO DE LA RESURRECCIÓN. Charla semanal

EJERCICIOS ESPIRITUALES 24
         Este Cristo a quien hemos acompañado en la Pasión, vive y vive para siempre. Suya es la victoria, y nosotros, que hemos sufrido y muerto con Él, también ahora participamos de su triunfo, que es el triunfo sobre el pecado, sobre nuestro pecado.
         Pedir la gracia de alegrarme y gozarme intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo Nuestro Señor.
Esta alegría es la que brota de la fe, la esperanza y la caridad. No siempre esta alegría se siente sensiblemente. Pero  no debe fallar y debemos vivir habitualmente con ella. Y es el fruto de la convicción de que Jesús saca siempre adelante su plan, a pesar de las dificultades y esto nos debe producir una gran satisfacción. Podemos tener problemas, pero el estado permanente de nuestra alma debe ser la alegría y el gozo. Una alegría que viene de lo Alto, que es total y completa. Porque las alegrías del mundo, hoy son y mañana dejan de serlo; son alegrías ficticias y hacen que vivamos momentos alegres, pero superficiales. Pero cuando la alegría viene de Dios, nada de este mundo me la puede quitar. Es la alegría profunda de saber que Cristo ha vencido al pecado. Y si está vivo, no hay dificultad que no se pueda superar.
La Resurrección de Jesús es ya la nuestra: vivimos el tiempo de espera, de oración, de crecimiento.
Leemos el pasaje de Jn 20, 1-18, donde se narran las primeras apariciones a María Magdalena, Pedro y Juan.
         Las apariciones tienen dos matices:
O se aparece a personas concretas y lo que se vive es el encuentro personal.
O se aparece al Colegio de los Apóstoles, que son los que han de continuar predicando el Evangelio y el Reino.
         La Resurrección ocurre el primer día de la semana. Es el amanecer de una Humanidad nueva.
En este día nos encontramos a: Pedro, el discípulo que ha negado a su Maestro. Juan, el que permaneció fiel a su Señor. Y la Magdalena, la mujer que busca apasionadamente. En esta búsqueda, se ayudan unos a otros para encontrar al Señor.
Juan llega antes que Pedro, no porque estuviera en mejor forma física, no porque fuera más joven, sino porque amaba más.
El amor saca lo mejor de nosotros mismos. Un amor que nos va configurando y nos capacita para amar cada vez más. Hemos sido creados por amor y para amar. La única vocación que Dios nos ha ofrecido es la del amor y si no vivimos para amar, estamos viviendo por debajo de nuestro umbral, vivimos una vida a medio gas. El mayor fracaso es haber sido creados para el amor y no amar. Amar a Dios y amarnos entre nosotros. La Resurrección nos confirma que el amor ha vencido al pecado. Subió a la cruz por amor y vive resucitado por amor.
María Magdalena fue la primera a quien se le apareció porque buscaba al amor de su alma. Ella corrió en la noche sola a buscarle, porque el amor hace locuras. Dice la secuencia de ella: Resucitó de veras mi amor y mi esperanza. Su encuentro con Cristo marcó su vida. ¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?, le dijo Jesús. Al principio no lo reconoció. Él la fue preparando suavemente para este encuentro, como siempre lo hace, sin forzar, sin imponer, con la suavidad de quien sabe que el amor conquista.
Ella, creyendo que era el hortelano, le dice: Señor, si te lo has llevado tú, dime donde le has puesto y yo lo tomaré. Y entonces le dice Jesús: ¡María! La llama por su nombre. ¡Es tan importante el nombre que tenemos cada uno para Dios! Cuando nos bautizan, preguntan el nombre con el que nos van a llamar. Por ese nombre nos llama Dios. Un nombre que lleva tatuado en la palma de su mano. Que está escrito en el Libro de la Vida, el Libro que sólo el Cordero tiene poder para abrir.
María se identifica con Él y le corresponde: ¡Rabboni!, que quiere decir: ¡Maestro!
Aquella experiencia marcó su vida y le siguió buscando desde entonces. Ahora lo contempla todo a la luz de la Pascua. Ha dado el paso de las tinieblas a la luz. Ella se encuentra con Él, con su Palabra. Y se convierte en el modelo del creyente.
Escuchar en este clima mi nombre. También yo me iré encontrando con él por medio de su Palabra. Y así Jesús me irá educando en la fe, como a María. Y nuestra relación será cada vez más personal. Y me irá conduciendo a una confianza plena en el Padre, pues para eso ha venido, para que conozcamos al Padre y le amemos tanto como le ama Él.
         Terminamos con este texto de Balduino de Ford: “El amor con que Dios nos ha amado ha desatado los lazos con que la muerte nos tenía prisioneros. En adelante, éste nada más que nos puede retener un instante a los que se le permite tocar. Porque Cristo ha resucitado como primicias de los que duermen. Nos confirma en la certeza de que nosotros resucitaremos, por el misterio, el ejemplo y el testimonio de su propia resurrección, como por la palabra de su promesa.
Es fuerte la muerte, capaz de quitarnos el don de la vida; es más fuerte el amor, que puede darnos una vida mejor. Es fuerte la muerte, su poder puede despojarnos de nuestro cuerpo; es más fuerte el amor: tiene poder para arrancar a la muerte su botín y devolvérnoslo. Es fuerte la muerte, ningún hombre puede resistirle; pero es más fuerte el amor, hasta el punto que triunfa de la muerte, quiebra su aguijón, detiene su ambición y arruina su victoria”
         Pidámosle a Jesucristo que nos ponga, como un sello, sobre su corazón resucitado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario