viernes, 28 de abril de 2017

LOS DISCÍPULOS DE EMAÚS. Charla semanal

EJERCICIOS ESPIRITUALES 25
         Contemplamos hoy la aparición a los discípulos de Emaús en Lc 24, 13-35
Pedimos la gracia para alegrarnos y gozarnos intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo resucitado y especialmente hoy con esta contemplación, pedimos la gracia de conocerle a Él y el poder de su resurrección. El amor ha triunfado sobre la muerte. Dios ha dejado en el mundo su poder para cambiarlo todo.
         Esta aparición sucede al atardecer del mismo día de la Resurrección.
         El relato está contenido entre dos expresiones: “sus ojos estaban cerrados” y “sus ojos se abrieron”.
Esta misma experiencia le sucedió a la Magdalena: Lo tenía delante y no lo reconocía, pensaba que era el jardinero.
Antes de la Resurrección, todos sus amigos reconocían a Jesús. Ahora, tienen que recibir una gracia para reconocerle después de la Resurrección. Si no se da la gracia primero, no se puede reconocer a Cristo después. Depende de Dios, pero es necesaria nuestra colaboración para que pueda tener efecto su gracia.
Necesitamos ser humildes para pedir esta gracia y dóciles para corresponder a ella.
En nuestra vida ocurre que queremos actuar sin haber recibido primero la gracia y así no funciona la vida de Dios en nosotros. Primero siempre tiene que ser su gracia para que nuestra labor no sea en vano.
Que se puedan abrir nuestros ojos o los ojos de los demás para poder reconocer a Cristo, es sólo fruto de la presencia de Dios y de su gracia.
         Seguimos contemplando esta aparición: Jesús escucha a los discípulos de Emaús. Se hace presente mientras ellos caminan.
Ellos van tristes. Se habían alejado del grupo. Iban a una aldea distante de Jerusalén, llamada Emaús. Hablaban entre sí de todos los acontecimientos ocurridos los días atrás. Iban hablando y razonando de una manera humana, sin ver más allá de los acontecimientos. Y es entonces cuando Jesús se les acerca y va con ellos, pero sus ojos no podían reconocerle. Llegan hasta preguntarle: ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no conoce los sucesos en ella ocurridos estos días? Nosotros esperábamos que sería Jesús quien rescataría a Israel, pero hace tres días que fue crucificado. Nos dejaron estupefactos ciertas mujeres de las nuestras que, yendo al monumento no encontraron su cuerpo y vinieron diciendo que habían tenido una visión de ángeles que les dijeron que vivía. Algunos de los nuestros fueron pero a Él no le vieron.
         Entonces Jesús, en vez de echarles en cara: ¿No os lo había dicho? ¿Por qué no me habéis creído?
Al contrario, les consuela, comienza a explicarles. Comienza por Moisés y por todos los profetas. Les va declarando cuanto de Él se habla en todas las Escrituras. Antes de darse a conocer, les va preparando. Es la pedagogía de Jesús: no reprocha, camina con nosotros, suavemente. Les hace volver sobre sí mismos, para que puedan encontrar el punto en el que se apartaron de Él: el escándalo de la cruz.
         Jesús les enseña: ¿No era preciso que el Mesías padeciese esto y entrase en su gloria? Les hace comprender el nexo entre muerte y resurrección. Parecen dos cosas contrarias, pero están íntimamente unidas. La Pasión forma parte del camino de la vida. Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo, pero si muere, da mucho fruto. Esto no falla. Donde hay muerte, hay vida. Empezar por la Resurrección no funciona. El camino es la Pasión, es la muerte. Pero nosotros no somos seguidores de un Crucificado solamente, sino de un Crucificado resucitado.
         Entonces ellos, al irles abriendo los ojos, sus corazones se llenan de gozo. Dirán después: ¿No ardían nuestros corazones dentro de nosotros mientras en el camino nos hablaba y nos explicaba las Escrituras?
La Escritura contemplada y meditada se hace vida. La Palabra de Dios es insustituible y cuanto más se medita, más vida nos da. Es el fundamento de la conversión y la experiencia de Cristo. Por eso el texto base de los Ejercicios Espirituales es la Sagrada Escritura.
La Escritura revela al hombre el deseo de Dios sobre nosotros, su destino y le hace comprender cómo la Resurrección es verdaderamente el sello de Dios sobre todo lo bueno que aparece en la historia de los hombres.
         Entonces los discípulos le obligan a quedarse, cuando Él finge seguir adelante.
Puesto con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Y entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron y a partir de ahí se convirtieron en testigos de su resurrección. En el mismo instante se levantaron y volvieron a Jerusalén.
Esta es la fuerza y el poder de la Eucaristía. Cristo tiene poder para transformarnos en Ella, cada día lo hace y es imposible que no lo haga si la recibimos con deseo. Cada día Cristo nos da la gracia para que su presencia nos transforme.
         Cuando los discípulos encuentran en Jerusalén a los once y a sus compañeros, les cuentan lo que les ha pasado en el camino y cómo lo reconocieron en la fracción del pan. Confrontan su experiencia con la del grupo. El grupo es la Iglesia, que es la que verifica la acción del Espíritu en el interior.
         Han pasado de la tristeza al gozo. De la experiencia sensorial de Cristo a la experiencia en la fe. Y de la experiencia personal a la experiencia comunitaria.
         Iban tristes y vuelven gozosos.
         Salieron desalentados y vuelven inflamados por la esperanza.
         Ignoraban las Escrituras y ahora las comprenden.
         Que sea nuestra oración: Quédate con nosotros, Señor Jesús, porque atardece; sé nuestro compañero de camino, levanta nuestros corazones, reanima nuestra débil esperanza; así nosotros, junto con nuestros hermanos, podremos reconocerte en las Escrituras y en el partir el pan.

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