viernes, 8 de junio de 2018

LA MISERICORDIA DE DIOS – EL INFIERNO. DIARIO DE SANTA FAUSTINA 23


DIARIO DE SANTA FAUSTINA 23
LA MISERICORDIA DE DIOS – EL INFIERNO

         Reza incesantemente esta coronilla que te he enseñado.  Quienquiera que la rece recibirá gran misericordia a la hora de la muerte.  Los sacerdotes se la recomendarán a los pecadores como la última tabla de salvación.  Hasta el pecador más empedernido, si reza esta coronilla una sola vez, recibirá la gracia de Mi misericordia infinita.  Deseo que el mundo entero conozca Mi misericordia; deseo conceder gracias inimaginables a las almas que confían en Mi misericordia.

         Dios me ha permitido poner en práctica este consejo suyo con la enfermedad de mi madre. Cuando la rezaba junto a ella, recordaba las veces en que os hablé de ello en nuestras meditaciones y entendía que había llegado el momento de ponerlo en práctica. En esos momentos, viendo morir a una persona a la que quieres tanto, te agarras a la fe y a la esperanza para creer y confiar en que sus palabras son infalibles, que si Él lo ha prometido, así se hará, aunque la dude te asalte y tengas miedo a no estar haciendo lo suficiente por la persona que quieres. Hoy, quisiera tener al Santo Cura de Arx, por ejemplo o a Santa Faustina, para preguntarles si ya mi madre está en el cielo, pero Dios sigue permitiendo que el velo de la fe nos separe de esa certeza.
Me consuela y anima la experiencia de Santa Teresita: una compañera la creía sumida en la vanidad, cuando aseguraba que ella iría directamente al Cielo por la misericordia de Dios, en la que confiaba plenamente. Esta misma compañera murió antes que ella y se le apareció para decirle: Si yo hubiera confiado como tú, ahora ya estaría en el Cielo.

         Si conociéramos el don de Dios de su infinita misericordia, si conociéramos lo mucho que nos ama y lo que desea acercarnos a su Corazón ardiente para toda la eternidad…Así nos lo expresa Él:
Ves lo que eres por ti misma, pero no te asustes de eso.  Si te revelara toda la miseria que eres, morirías del horror.  Has de saber, sin embargo, lo que eres.  Por ser tú una miseria tan grande, te he revelado todo el mar de Mi misericordia.  Busco y deseo tales almas como la tuya, pero son pocas; tu gran confianza en Mí, me obliga a concederte gracias continuamente.  Tienes grandes e inexpresables derechos sobre Mi Corazón, porque eres una hija de plena confianza.  No soportarías la inmensidad de Mi amor, si te lo revelara aquí en la tierra en toda su plenitud.  A menudo levanto un poco el velo para ti, pero debes saber que es solamente Mi gracia excepcional.  Mi amor y Mi misericordia no conocen límites.

Las gracias que te concedo no son solamente para ti, sino también para un gran número de almas…. Y en tu corazón está continuamente Mi morada.  A pesar de la miseria que eres Me uno a ti y te quito tu miseria y te doy Mi misericordia.  En cada alma cumplo la obra de la misericordia, y cuanto más grande es el pecador, tanto más grande es el derecho que tiene a Mi misericordia.  Quien confía en Mi misericordia no perecerá, porque todos sus asuntos son Míos y los enemigos se estrellarán a los pies de Mi escabel.

         A continuación os leo una revelación de la Divina Misericordia, que me hace gracia, en el sentido de que yo me esfuerzo por explicarle a Dios los problemas de mis hijas, cuando rezo cada día por ellas, como me imagino que os ocurrirá a vosotros y Él nos dice:

Hija Mía, no te esfuerces con tal locuacidad.  A quienes amas de modo particular, también Yo los amo de manera especial y  por consideración a ti los colmo de Mis gracias.  Me agrada cuando Me hablas de ellos, pero no lo hagas con esfuerzos excesivos.

Por último, creo que debemos tener en cuenta estas consideraciones acerca del infierno, para que no caigamos en la mentalidad del mundo, que basándose en un falso conocimiento de la misericordia de Dios, se empeña en vivir al margen de Él, esperando luego una salvación ilusoria:

Hoy he estado en los abismos del infierno, conducida por un ángel.  Es un lugar de grandes tormentos, ¡qué espantosamente grande es su extensión!  Los tipos de tormentos que he visto:  el primer tormento que constituye el infierno es la pérdida de Dios; el segundo, el continuo remordimiento de conciencia; el tercero, saber que aquel destino no cambiará jamás; el cuarto tormento es el fuego que penetrará al alma, pero no la aniquilará, es un tormento terrible, es un fuego puramente espiritual, incendiado por la ira divina; el quinto tormento, es la oscuridad permanente, un horrible y sofocante olor; y a pesar de la oscuridad, los demonios y las almas condenadas se ven mutuamente y ven todos el mal de los demás y el suyo; el sexto tormento, es la compañía continua de Satanás; el séptimo tormento, es una desesperación tremenda, el odio a Dios, las imprecaciones, las maldiciones, las blasfemias.  Estos son los tormentos que todos los condenados padecen juntos, pero no es el fin de los tormentos.  Hay tormentos particulares para distintas almas, que son los tormentos de los sentidos:  cada alma es atormentada de modo tremendo e indescriptible con lo que ha pecado.  Hay horribles calabozos, abismos de tormentos donde un tormento es diferente del otro.  Habría muerto a la vista de aquellas terribles torturas  si no me hubiera sostenido la omnipotencia de Dios.  Que el pecador sepa:  con el sentido que peca, con ese será atormentado por  toda la eternidad.  Lo escribo por orden de Dios para que ningún alma se excuse [diciendo] que el infierno no existe o que nadie estuvo allí ni sabe cómo es.

Yo, Sor Faustina, por orden de Dios, estuve en los abismos del infierno para hablar a las almas y dar testimonio de que el infierno existe.  Ahora no puedo hablar de ello, tengo la orden de dejarlo por escrito.  Los demonios me tenían un gran odio, pero por orden de Dios tuvieron que obedecerme.  Lo que he escrito es una débil sombra de las cosas que he visto.  He observado una cosa:  la mayor parte de las almas que allí están son las que no creían que el infierno existe.  Cuando volví en mí no pude reponerme del espanto, qué terriblemente sufren allí las almas.  Por eso ruego con más ardor todavía por la conversión de los pecadores, invoco incesantemente la misericordia de Dios para ellos.  Oh Jesús mío, prefiero agonizar en los más grandes tormentos hasta el fin del mundo, que ofenderte con el menor pecado.

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