viernes, 4 de noviembre de 2016

PRINCIPIO Y FUNDAMENTO (2). EJERCICIOS ESPIRITUALES. Meditación semanal




PRINCIPIO Y FUNDAMENTO (2). EJERCICIOS ESPIRITUALES. Meditación semanal

Continuamos meditando sobre las verdades de Principio y Fundamento.
         Decíamos el otro día que el hombre ha sido creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios y mediante esto salvar su alma, y las otras cosas sobre la faz de la tierra son creadas para el hombre. De donde se sigue que el hombre ha de usar de ellas tanto cuanto le ayuden para su fin, y tanto debe quitarse de ellas cuanto para ello le impiden. Por lo tanto, es menester hacernos indiferentes a todas las cosas creadas, de tal manera que no queramos más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta…, solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin para el que hemos sido creados.
         Vivimos inmersos en un mundo lleno de personas y cosas: mi familia, mis amigos, mi trabajo, el tiempo del que dispongo, los talentos y cualidades que Dios me ha dado, mi vida, mi salud… y la relación que tengo con todo eso tiene que ser ordenada. Tengo que examinar a la luz de Dios si hay algo para mí que es más importante que Dios.
         Dios, a través de la oración, me va a ir educando el corazón para que le guste a Él como lo mejor de mi vida y vaya descubriendo que todo lo demás me deja inapetente. Hay cosas que, no sólo van a dejar de ser importantes para mí, sino que hasta me voy a dar cuenta que puedo vivir mejor sin ellas. Dios hace posible que no me cueste dejar ciertas cosas. Esto es lo bonito. Podemos usar todas las cosas, no es necesario privarnos de todo ni cortar con todo. Pero con la luz de Dios, iremos viendo claro aquello de lo que podemos prescindir. Pero aquí hay que concretar, no podemos hacer una meditación abstracta, hay que bajar a los aspectos concretos de nuestra vida.
         Un pajarillo está igual de preso en una jaula, que si lo tenemos fuera atado con un hilo de la patita. Pues igual nosotros, tenemos que descubrir hasta los hilos más transparentes que nos impiden volar libremente hacia Dios. Las cosas en sí mismas son buenas, lo malo es mi dependencia de ellas, el no saberlas usar, eso es lo que me ata.
         Tenemos que ser indiferentes a todas las cosas creadas, eso es lo que me da la libertad de espíritu. Si tengo afectos desordenados, se frustra el plan de Dios para mi vida. Y dado que este plan de Dios es amarle a Él y amar a los hombres, el amor que me une a los demás y a las cosas tiene que ser un amor ordenado, sin ataduras y sin dependencias. La libertad interior es el resultado de saber que sólo Dios basta. Si Dios no me llena, otras cosas ocuparán el lugar de Dios y harán el papel de Dios en mi vida. Dios debe estar en el centro de mi vida y de mi corazón. Nuestra actitud debe ser la de Jesucristo: Heme aquí, Señor, que vengo para hacer tu Voluntad.
         Vamos a meditar en Gn 12, 1-20:
Dios llama a Abraham, le arranca de su tierra, de la casa de su padre, sin conocer muy bien aún el plan de Dios.
         Ese salir de nuestra tierra, es salir de nuestros planes, de nuestras seguridades, de nuestras comodidades. Cuántas veces le decimos al Señor: Yo te amo, Señor, cuenta conmigo, pero no me toques mi salud, no me toques a mi familia, no me toques mi trabajo, no me toques mi casa… qué manera es ésta de dejarle a Dios que haga su plan en mí? Nos gusta mucho decirle a Dios cómo tiene que hacer las cosas, por eso nos deja perplejos cuando, después de orar, las cosas no salen como se las hemos pedido. Y es que, o Dios se ajusta a nuestros planes, o creemos que Dios no nos escucha y no actúa en nuestras vidas. Nos hemos olvidado de que hay que firmarle un cheque en blanco a Dios.
         Abraham vive en indiferencia a todo lo creado y así hace posible la respuesta a la llamada de Dios. Con Abraham se abre una nueva etapa en la Historia de la Salvación. Comienza un mandato sin explicaciones. Dios no tiene por qué explicarnos nada, por más que nosotros busquemos una explicación para todo lo que consideramos males en nuestra vida. Dios siempre sabe lo que hace. A nosotros nos toca nada más dejarnos hacer.
         No quiero tener más plan que el plan de Dios.
         Tengo que encontrar a Dios en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza…, lo que toque. Mi corazón no se debe apegar ni a una cosa ni a la otra.
         Tiene que haber una etapa purificadora en nuestra vida: Dios tiene que quitar todos los obstáculos antes de darnos sus dones. Tengo que dejar a Dios que sea Dios. Mi corazón le debe pertenecer completamente, pues un corazón dividido no es apto para el seguimiento de Cristo. La indiferencia ante todo es una tarea que nos debe acompañar toda la vida.
         Después de dedicar cada día un ratito a la oración, para que Dios nos vaya haciendo comprender todas estas verdades, tenemos que hacer un examen de nuestra oración:
         ¿Qué me ha dicho el Señor en mi oración?
         ¿Qué actitud he tenido hacia lo que Él me ha dicho? ¿De colaboración, de dejarme hacer, de aferrarme a lo que Él me pide y que tanto me cuesta dárselo
         ¿He estado distraído o he abierto mi corazón para escucharle?
         Por último, darle gracias por las luces que me haya dado y pedirle perdón por lo que no le haya agradado.

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