viernes, 4 de noviembre de 2016

LA MISERICORDIA DE DIOS EN EL PROFETA JEREMIAS. Meditación semanal



LA MISERICORDIA DE DIOS EN EL PROFETA JEREMIAS
        
         Este verano hemos tenido la oportunidad de escuchar cada día en la primera lectura de la Misa muchos textos de Jeremías. Toda la revelación de Dios a este profeta nos muestra la tristeza del Corazón de Dios y su ira ante el pueblo de Israel por su infidelidad, pero también se derrama en sus palabras su misericordia, que busca el arrepentimiento de su pueblo para poder perdonarlo y seguir bendiciéndolo como lo había hecho desde el principio.
         Dice Dios al profeta: “Antes que te formara en el vientre te conocí, antes de que tú salieses del seno materno te consagré y te designé para profeta de pueblos”.
A veces creemos que es una casualidad que estemos aquí, sin darnos cuenta que en la mente de Dios existíamos antes de ser creados y ya Dios nos amaba. Ya pensaba en nosotros de una manera única, personal y especialísima, ya que nos concebía bautizados, perseverantes en la fe, en un grupo de adoradores de la Divina Misericordia… Él ya nos quería aquí y ahora a cada uno de nosotros, nos amaba desde entonces, se complacía en nosotros.
         “Irás a donde te envíe Yo y dirás lo que Yo te mande”.
Nuestra vida no tiene otro sentido que cumplir la Voluntad de Dios. Nada puede hacer que nos realicemos mejor como personas: ni el trabajo que hayamos desempeñado, ni nuestra misión como padres o como abuelos…, si todo lo que hayamos hecho no ha sido la Voluntad de Dios. Y, ¿cómo conocerla? ¿cómo saber si le estamos agradando? ¿cómo saber si nuestras decisiones se ajustan a los planes de Dios? Orando. Así es como se nos manifiesta el plan de Dios: en la oración, en el diálogo y en la intimidad con Él. Y cuando no lo tengamos claro, pedir ayuda para saber discernir. Si mi camino no es el camino de Dios, si lo que hago no responde al plan de Dios sobre mí, en vano me estoy empeñando. Como dice el Salmo: si Dios no construye la casa, en vano se cansan los albañiles.
         “No apartaré mi rostro de vosotros, porque soy misericordioso. Reconoce pues tu maldad”.
He aquí la promesa que nos ha de mantener firmes toda nuestra vida. Él jamás apartará su rostro de nosotros. Le basta con que reconozcamos nuestra maldad, nuestras malas inclinaciones, nuestras flaquezas y debilidades, nuestras caídas grandes o pequeñas. Es un hecho que no somos fieles, que corremos tras nuestras pasiones que nos nublan el camino de la Voluntad de Dios. Y Él nos observa con compasión, esperando que nos demos cuenta enseguida y que volvamos a Él, como el hijo pródigo. Nunca nuestros pecados pueden ser un motivo para alejarnos de Dios, porque Él está siempre dispuesto a perdonarnos. No apartaré mi rostro de vosotros. Y Él es fiel.
         “Me llamarás mi Padre y no te separarás de Mí”. “Convertíos y sanaré vuestras rebeldías”. “Limpia de maldades tu corazón para que pueda salvarte”. “Mejorad vuestros caminos y vuestras obras y Yo moraré con vosotros”. “Oíd mi voz y seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo y seguid los caminos que Yo os mande y os irá bien”.
         “Yo, Yavhé, penetro los corazones para retribuir a cada uno según sus caminos, según el fruto de sus obras”
Penetro sus corazones: podemos engañar al mundo con nuestras acciones o dejarnos engañar por las acciones de otros, pero el interior, la actitud, la intención…, sólo Dios la conoce. Incluso a veces, no sólo engañamos a los demás, sino que nos engañamos a nosotros mismos, haciéndonos creer que hacemos las cosas por Dios, cuando en realidad buscamos nuestro propio interés, que piensen bien de nosotros, que nos quieran, que nos agradezcan, que nos tengan en cuenta… Sólo Dios penetra en el corazón, sólo Él puede juzgarlo.
         “Sáname, oh Yavhé, y seré sanado, sálvame y seré salvo, pues Tú eres mi gloria”.
         “¿Acaso no puedo Yo hacer de vosotros como hace el alfarero?”. “Como está el barro en las manos del alfarero, así estáis vosotros en mis manos”. Pidamos a Dios ser ese barro dócil en sus manos que se deje hacer. Él sabe lo que hay que quitar y que poner, lo que hay que moldear, lo que hay que robustecer y lo que hay que desechar. Nuestra santificación no es la obra de nuestras manos, sino el dejarnos hacer por Dios: es la obra de sus manos.
         “Tú me sedujiste, oh Yavhé y yo me dejé seducir”.
         “Pondré sobre ellos mis ojos para bien y les haré volver a esta tierra, los edificaré y no los destruiré, los plantaré y no los arrancaré y les daré un corazón para que reconozcan que Yo soy Yavhé y ellos serán mi pueblo y Yo seré su Dios, pues se convertirán a Mí de todo corazón”. Esta es la respuesta de Dios ante nuestro arrepentimiento.
         “Con amor eterno te amé, por eso te he mantenido mi favor. De nuevo te edificaré y serás edificada”. “Yo pondré mi ley en tu interior y la escribiré en tu corazón y seré tu Dios”. “Les perdonaré sus maldades y no me acordaré más de sus pecados”. Dejemos que estas palabras de Dios sean como un bálsamo que cure las heridas que el pecado causa en nuestro corazón.
         “Los reuniré de los extremos de la tierra… y los guiaré con consolaciones; Yo los guiaré a las corrientes de las aguas, por caminos llanos para que no tropiecen… Los consolaré y convertiré su pena en alegría… Yo saciaré a toda alma desfallecida y hartaré a toda alma languideciente… Les daré un solo corazón y un solo camino, para que siempre me teman y siempre les vaya bien, a ellos y a sus hijos después de ellos. Y haré con ellos una alianza eterna de no dejar de hacerles bien, y pondré mi temor en su corazón para que no se aparten de Mí, y me gozaré en ellos al hacerles bien, y los plantaré firmemente en esta tierra, con todo mi corazón y toda mi alma… Yo les restituiré la salud, los sanaré y les descubriré abundancia de paz y de verdad y los limpiaré de todas la iniquidades que contra mí cometieron y les perdonaré todas las culpas y todas sus rebeliones contra mí… y temblarán y se turbarán de tanto bien y de tanta paz como Yo les daré”.

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